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viernes, 18 de agosto de 2017

África : Leones .- La super manada - documental .- Parque Nacional del Serengueti..- National Geographic



https://www.youtube.com/watch?v=2_W2aVyGLLI

National Geographic, nos entrega un documental de la Super Manada de Leones que pueblan las llanuras del Serengeti, donde se distribuyen los depredadores entre leones y  leopardos, pero predominan los leones cuyo macho llega a 250 kilos de peso, y miden  2.50 metros de largo, las leonas solo llegan a 140 kilos de pesos, pero ellas son las que cazan y proveen la comida para la manada, generalmente las manadas se componen de 5 hembras, varios cachorros y dos leones como defensores.
Los leones machos se sienten como  los reyes que tienen la mesa servida, y esta supermanada tiene 22 miembros en total, son tal vez los únicos, y son así por que hay una gran cantidad de presas, un león puede ingerir hasta 45 kilos de  carne en un día, una leona solo llega a 14 kilos.
 Los Ñus, que viene a ser la artillería de las grandes manadas de presas, pero las cebras son sus favoritas como presas, pero no son fáciles para cazarlas, muchas veces fallan y las cebras pueden patearlas  y hasta matar a una leona, pero como cazan en sociedad, una leona asusta a las cebras, otra las persigue y dos mas, están  esperándolas y son  las que cazan definitivamente,  así funciona la emboscada, pero no siempre ganan, después de la captura o caza de la presa, primero comen los machos adultos, luego los cacharros y lo que quedan es para las madres o cazadoras, así funciona la estructura de la Super Manada. Pero muchas veces no funciona esta estructura y hay peleas a muerte por una presa pequeña o cuando tienen mucho apetito..o hambre de muchos días sin  comer..
Los machos adultos, son útiles para el apareamientos y engendrar los hijos, los machos copulan hasta 5 días y pueden llegar a 300 cópulas para que la hembra quede embarazada, luego de un periodo de de 110 a 120 días de preñez, la hembra se aparta del grupo y paren hasta 3 cachorros, luego del parto que nacen los hijos ciegos, y comienzan a caminar a los  08 días y unos días se les presenta en sociedad.
Si el macho protector pierde la defensa de la manada por otros leones nómadas en una pelea de titanes, que muchas veces mueren en la lucha, estos leones nuevos matan a todos los cachorros para engendran los suyos,  las hembras al no tener hijos se emparejan a la fuerza con los nuevos protectores, parece cruel esta costumbre, pero así evitan la endogamia que  es muy fatal en los felinos. Claro que no es fácil para los nuevos, por que las hembras defienden a sus hijos incluso hasta la muerte.
La super manada ha florecido gracias las grandes cantidades de presas: cebras, Ñus y gacelas, pero al terminarse el pastos estas manadas migran a otros lugares y la gran manada, solo les quedan : Gacelas, Jirafas, Búfalos y jabalíes verrugosos.
Pero, la única presa grande para mantener a la manada son los búfalos, muy difícil de cazar, por que ellos se defienden en grupo y tienen unos cuernos que pueden destripar a un león o leona con su poderosos cuernos: entonces funcionan la caza coordinada entre las leonas, una ataca por la parte trasera, otra a los costados, otra se sube al lomo del búfalo, y si  por alguna razón cooperan los machos adultos, con su peso es determinante y derriban al búfalo, siempre y cuando no y tenga la defensa de sus grupo.
National Geographic


Leones del Serengeti

La manada Vumbi descansa en un kopje, un afloramiento rocoso, cerca de su abrevadero favorito. Los leones usan los kopjes como refugios y miradores para dominar la llanura. Cuando la lluvia reverdece la tierra, llegan los ñúes en enormes manadas. 
FOTO: MICHAEL NICHOLS
National Geographic

La muerte siempre acecha en el Serengeti y el trabajo en equipo es esencial, incluso para un magnífico león de melena oscura llamado C-Boy.

Dicen que los gatos tienen siete vidas, pero nadie ha dicho que los leones del Serengeti también las tengan. La vida es difícil y precaria en esta tierra despiadada, y la muerte es irrevocable. Para el ma­­yor de los depredadores africanos, así como para sus presas, la vida suele ser breve, y son más frecuentes los finales abruptos que los tranquilos declives. Con suerte, un león macho en libertad puede alcanzar los 12 años, una edad ya avanzada. Las hembras viven más, a veces hasta los 19. La esperanza de vida al nacer es muy inferior, para cualquier león, si se tiene en cuenta el elevado índice de mortalidad de los cachorros, la mitad de los cuales no cumple los dos años. Pero tampoco llegar a adulto es garantía de una muerte apacible. Para un macho joven, robusto y de poblada melena oscura, al que los investigadores llaman C-Boy, el fin parecía haber llegado la mañana del 17 de agosto de 2009.
Una sueca llamada Ingela Jansson, que trabajaba de ayudante de campo en un estudio a largo plazo sobre los leones, fue testigo del suceso. Conocía a C-Boy de encuentros anteriores; de hecho, ella fue quien le había puesto el nombre. (Según recuerda, había asignado a un nuevo trío de cachorros los «aburridos» nombres de A-BoyB-Boy y C-Boy.) Habían transcurrido cuatro o cinco años y ahora el macho entraba en la plenitud de su vida. Desde el interior de un Land Rover, a 10 metros de distancia, la investigadora vio cómo otros tres machos atacaban en grupo a C-Boy y trataban de matarlo. La lucha del joven león para sobrevivir en condiciones tan hostiles refleja la situación de todos los leones del Serengeti, donde el riesgo constante de muerte, más incluso que la capacidad para causarla, configura la conducta social de este animal feroz, pero siempre en peligro.
Aquel día Jansson se había acercado al cauce seco del río Seronera para observar la manada conocida como Jua Kali. También estaba atenta a los machos adultos, entre ellos los «residentes».(Sin pertenecer estrictamente a ninguna manada, los leones machos forman coaliciones entre sí y controlan una o más manadas, de cuyos cachorros son los padres. Con esas manadas, de las que son residentes, establecen unas relaciones más o menos laxas. También desempeñan un importante papel de colaboración en la caza, sobre todo de las presas más grandes y peligrosas, como los búfalos o los hipopótamos, por lo que ofrecen al grupo algo más que genes y protección.) Los machos residentes de Jua Kali, como bien sabía Jansson, eran C-Boy y su único compañero de la coalición, Hildur, un donjuanesco león de melena dorada. Al llegar al río, la investigadora vio a lo lejos que un macho perseguía a otro. El que huía era Hildur, pero al principio Jansson no supo de qué huía, ni por qué.
Después encontró un grupo de cuatro machos tumbados en la hierba. Los reconoció –al menos a algunos– como miembros de otra coalición, un grupo de cuatro machos adultos jóvenes y ambiciosos, que en las fichas de su registro figuraban como los Asesinos. Uno de ellos tenía ensangrentado el colmillo inferior derecho, lo que hacía pensar en una lucha reciente. Otro estaba totalmente pegado al suelo, como si quisiera confundirse con la tierra, y emitía un gruñido nervioso y continuo. Al acercarse un poco más, Jansson distinguió el tono oscuro de su melena y se dio cuenta de que era C-Boy, herido, aislado y rodeado por tres de los Asesinos.
Con suerte, un león macho en libertad puede alcanzar los 12 años, una edad ya avanzada
También había observado a una hembra lactante, la leona con collar de radioseguimiento de la manada Jua Kali. El hecho de que estuviera amamantando significaba que tenía cachorros pequeños, escondidos en una madriguera, hijos presuntamente de C-Boy o de Hildur. Por eso el enfrentamiento entre C-Boy y los Asesinos, lejos de ser un altercado sin importancia, era una lucha por el derecho a controlar la manada. Si los intrusos vencían, matarían a los hijos de sus rivales para que las hembras volviesen a estar rápidamente en celo.
Unos segundos después volvió a estallar la batalla. Los tres Asesinos empezaron a dar vueltas en torno a C-Boy y se fueron turnando para atacarlo por detrás. Le daban zarpa­zos en la grupa y mordiscos en la espalda, mientras él rugía, se giraba y se debatía desesperadamente para huir. Boquiabierta y a tan escasa distancia que casi le salpicaba la saliva de los leones, Jansson vio la escena a través de la ventana de su vehícu­lo e hizo fotos. Podía oler la agresividad en el aire. Volaba el polvo, C-Boy giraba sobre sí mismo entre rugidos, y los Asesinos se valían de su ventaja numérica para eludir las fauces del león acosado, retroceder, atacarlo por detrás e hincarle los colmillos, hasta dejarle las ancas como un viejo pellejo perforado. Jansson creyó que estaba siendo testigo del último acto de la vida del león. Pensó que si no moría enseguida por las heridas, la infección lo mataría más adelante.

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De pronto la lucha terminó, tan abruptamente como había empezado. Los Asesinos se alejaron y se subieron a un termitero, desde donde dominaban el río, mientras C-Boy se marchaba renqueando. Estaba vivo, pero derrotado.
Jansson no volvió a verlo durante dos meses. Supuso que habría muerto. Mientras tanto, los Asesinos consiguieron imponerse a las hembras de Jua Kali. Los hijos de C-Boy y de Hildur desa­parecieron, quizá porque los mataron los machos vencedores o tal vez porque fueron abandonados y murieron de hambre o se los comieron las hienas. Pero pronto las hembras volverían a entrar en celo y los Asesinos engendrarían nuevas camadas. C-Boy había pasado a la historia. Las hembras de Jua Kali lo olvidarían, como manda la fría aritmética de la sociedad de los leones.
Los tigres son solitarios. Los pumas también lo son. Ningún leopardo quiere convivir con otros leopardos. Pero el león, el único felino ver­daderamente social, vive en manadas y coaliciones, cuyas dimensiones y dinámicas dependen de un complejo equilibrio entre costes y beneficios evolutivos.
El león, el único felino ver­daderamente social, vive en manadas y coaliciones, cuyas dimensiones y dinámicas dependen de un complejo equilibrio
¿Por qué esa conducta social, desconocida en otros félidos, es tan importante para el león? ¿Es una adaptación necesaria para cazar presas grandes como el ñu? ¿Facilita la defensa de las crías? ¿Es producto de los imperativos de la competencia por el territorio? Sobre todo en el transcurso de los últimos 40 años se han ido conociendo de­­talles de la vida social de los leones, y muchas de las revelaciones más importantes se han producido gracias al estudio continuo de los leones en un solo ecosistema: el Serengeti.
El Parque Nacional del Serengeti ocupa unos 14.750 kilómetros cuadrados de llanuras herbáceas y bosques dispersos cerca de la frontera septentrional de Tanzania. En su origen era una reserva de caza menos extensa, creada en la década de 1920 por las autoridades coloniales británicas, y en 1951 se estableció formalmente el parque. El ecosistema más amplio por el que migran estacionalmente grandes rebaños de ñúes, cebras y gacelas, que siguen las lluvias en busca de hierba fresca, abarca varias reservas de caza a lo largo del límite occidental del parque, otras tierras con regímenes mixtos de gestión (entre ellas el Área de Conservación del Ngoron­goro) al este, y la extensión transfronteriza de la Reserva Nacional Masai Mara en Kenya. Además de los rebaños migratorios, hay poblaciones de alcelafos, antílopes korrigum, reduncas, antílopes de agua, elands, impalas, búfalos, facoceros y otros herbívoros de costumbres menos viajeras. En ningún otro lugar de África hay una abundancia tan concentrada de presas unguladas en un paisaje abierto, y eso es lo que convierte al Serengeti en un lugar magnífico para los leones y para los investigadores que los estudian.
El estadounidense de origen alemán George Schaller llegó en 1966, invitado por el director de los Parques Nacionales de Tanzania, para observar los efectos de la actividad depreda­dora de los leones sobre las poblaciones de herbívoros y estudiar la dinámica del ecosistema en su conjunto. Schaller, legendario biólogo de campo, célebre por su ingenio y su capacidad de trabajo en las condiciones más duras, ya había realiza­do estudios pioneros sobre el gorila de montaña. Hace poco me dijo que cuando uno hace el primer estudio detallado de una especie, «recoge lo que puede». Él recogió un tesoro de datos durante tres años y tres meses de trabajo de campo intensivo, y el libro que escribió después, The Serengeti Lion, se convirtió en el texto fundacional.
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Le siguieron otros investigadores. Un joven inglés llamado Brian Bertram fue el sucesor de Schaller y se quedó cuatro años, el tiempo suficiente para empezar a desentrañar los factores sociales que afectan al éxito reproductivo de los leones y explicar un importante fenómeno: la práctica del infanticidio por parte de los machos. Bertram documentó cuatro casos (y señaló otros muchos posibles) en los que una coalición de machos mataba a las crías de una manada que acababa de conquistar. Después vinieron Jeannette Hanby y David Bygott, quienes reunieron pruebas de que la formación de coaliciones –especialmente de tres o más individuos– facilita a los leones la conquista y el control de las manadas, lo que a su vez favorece que tengan más descendencia y que sus hijos sobrevivan. Algunas de las manadas observadas por Hanby y Bygott eran las mismas que habían estudiado Bertram y Schaller.
En 1978, Craig Packer y Anne Pusey se hicieron cargo del estudio, tras realizar un trabajo de campo en el Centro de Investigación del Río Gombe, también en Tanzania, con Jane Goodall. Pusey permaneció 12 años en el proyecto y fue la coautora de muchas publicaciones importantes; Packer todavía sigue allí, al frente del Proyecto del León del Serengeti, del que forma parte el trabajo de Ingela Jansson. Actualmente está considerado la principal autoridad mundial en el comportamiento y la ecología del león africano. Con los 35 años de trabajo de Packer, su­­mados a los estudios realizados previamente por Schaller y sus sucesores, el Proyecto del León del Serengeti es uno de los estudios de campo más largos que se han realizado sobre una especie. La continuidad en el tiempo es especialmente valiosa, ya que permite a los científicos situar los acontecimientos en un contexto amplio y distinguir lo transitorio de lo esencial. «Si dispones de datos a largo plazo –me dijo Schaller–, puedes saber de verdad lo que pasa.»
Una de las cosas que pasan es la muerte. Aunque es ineludible para todo ser vivo, los detalles sobre el momento en que se produce y su causa pueden revelar patrones interesantes.
Tras su espeluznante experiencia con los Asesinos, C-Boy renunció a sus derechos sobre la manada Jua Kali y dirigió su atención hacia el este. Hildur, su compañero de coalición, que de tan poca ayuda le había sido en los momentos difíciles, se fue con él. Cuando tres años después vi fugazmente a C-BoyHildur y él se habían hecho con el control de otras dos manadas: Simba Este y Vumbi, cuyos territorios se encuentran entre las llanuras abiertas y los kopjes (montículos rocosos) del sur del río Ngare Nanyuki. La zona no es la más acogedora del Serengeti para los leones y sus presas, sobre todo durante la estación seca, pero ofrecía a estos dos machos una oportunidad para volver a empezar.
Yo estaba viajando por allí con Daniel Rosen­gren, otro sueco de espíritu aventurero que había sucedido a Jansson en las tareas de seguimiento de los leones. En ese rincón remoto, al este de la principal área turística y al sur del río, las onduladas llanuras herbáceas se extienden como las olas del océano, jalonadas cada pocos kilómetros por grupos de kopjes. Los kopjes, aflora­mientos graníticos orlados de árboles y arbustos que se yerguen sobre la llanura, proporcionan sombra y seguridad a los leones mientras descansan y les permiten dominar el territorio. En esa parte del parque es posible conducir durante días sin ver un turista. Junto a Michael (Nick) Nichols y su equipo de fotógrafos, que estaban pasando varios meses en un campamento junto al río, teníamos toda el área para nosotros solos.
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Aquella tarde, la señal de radio que sonaba en los auriculares de Rosengren nos condujo a los kopjes Zebra, donde encontramos entre la vegetación a la hembra con collar de radiolocalización de la manada Vumbi. Junto a ella había un macho magnífico, con una espesa melena entre marrón oscuro y negra, que le caía por el cuello y los hombros como una capa de terciopelo. Era C-Boy.
A tan solo 12 metros de distancia, incluso mirando con los prismáticos, no detecté rastro alguno de heridas en los flancos ni en la grupa. Las perforaciones causadas por las dentelladas de los Asesinos habían sanado. «En los leones, la mayoría de las cicatrices desaparecen al cabo de un tiempo, menos las que están en el hocico o cerca de la boca», me dijo Rosengren. C-Boy había em­­prendido una nueva vida en otro lugar, con otras leonas, y parecía estar bien. Hildur y él habían engendrado varias camadas más de cachorros. La noche anterior –según nos contó Nichols, que lo había visto– las hembras de Vumbi habían cazado un eland, una presa muy grande, y C-Boy había reclamado su derecho al primer bocado, poniendo encima del animal derribado sus imperiosas patas delanteras. Tras elegir los mejores trozos de la carne, aunque no demasiados, dejó que las leonas y las crías comieran su parte. Mientras tanto, Hildur estaba en otra parte, posiblemente apareándose con otra hembra en celo. Así pues, era evidente que los dos tenían una bue­na vida, con todos los privilegios de los machos residentes. Eso fue solo 12 horas antes de que descubriéramos que los problemas los habían seguido hasta aquel territorio del este.
Los problemas eran los otros machos rivales. A primera hora de la mañana siguiente, Rosengren nos llevó en su vehículo desde el campamento de Nichols hasta el río, en busca de una manada llamada Kibumbu, cuyos cachorros eran hijos de una tercera coalición. Estos machos habían desaparecido en los últimos meses –se habían marchado a lugares desconocidos por razones ignoradas– y Rosengren se preguntaba qué otro grupo podía haberlos suplantado como machos residentes. Ese era su trabajo, dentro del contexto más amplio del estudio de los leones dirigido por Packer: registrar las idas y venidas, los nacimientos y las muertes, las incorporaciones y las retiradas que afectan el tamaño de las manadas y sus respectivos territorios. Si las crías de Kibumbu tenían ahora otros padres, ¿quiénes serían? Rosengren tenía una sospecha, que pudo confirmar cuando entre las hierbas altas de la ribera del río divisamos a los Asesinos.
Eran unos leones soberbios: su actitud era altiva y desafiante
Eran unos leones soberbios: un cuarteto de machos de ocho años de edad que descansaban en amigable compañía. Su actitud era altiva y desafiante. Rosengren me dijo que probablemente eran dos parejas de hermanos, nacidos con pocos meses de diferencia a lo largo de 2004. El nombre de «los Asesinos» se lo había puesto en 2008 otro ayudante de campo, tras deducir que habían sido ellos los que habían matado a tres hembras con collares de radio, una tras otra, junto a un arroyo al oeste del río Seronera. Ese tipo de violencia de machos contra hembras no siempre es aberrante, e incluso puede ser adaptativa en algunos casos, cuando los machos ganan más espacio para las manadas que controlan eliminando a las hembras de las manadas vecinas. Pero esa matanza en concreto les valió a los machos una reputación de maldad.
Rosengren me dijo el nombre de cada león tal como constaba en los registros (Malin, Viking, etc.), pero él prefería llamarlos por sus números: 99, 98, 94 y 93. El macho 99, visto de perfil, tenía la nariz curva de un senador romano, y su melena era oscura, aunque no tanto como la de C-Boy. Observándolo con los prismáticos, distinguí un par de pequeñas heridas en el lado izquierdo de la cara. Rosengren acercó el Land Rover, y otros dos leones, el 93 y el 94, se giraron hacia nosotros. A la luz dorada del amanecer vimos que ellos también tenían lesiones en la cara: un tajo en la nariz, una inflamación y un desgarro debajo de la oreja derecha donde brillaba el pus. «Son heridas frescas», apuntó Rosengren. Algo había suce­­dido la noche anterior, y no había sido una simple disputa por la comida compartida. Los socios de coalición nunca se hacen tanto daño entre ellos. Tenían que haberse enfrentado con otros leones. Eso abría dos interrogantes: ¿Con quién habían peleado los Asesinos? ¿Y en qué estado estaría el otro?
"La causa número uno de muerte entre los leones, en un ambiente natural intacto, son los otros leones"
A medida que avanzaba el día y seguíamos con nuestra ronda, echamos en falta a C-Boy.
«La mayoría de los leones mueren porque se matan entre sí –me dijo Craig Packer, cuando le pregunté acerca de la mortalidad–. La causa número uno de muerte entre los leones, en un ambiente natural intacto, son los otros leones.»
Él dividía esa causa en varias categorías. Por lo menos el 25 % de las pérdidas de cachorros son resultado del infanticidio perpetrado por machos recién llegados. También las hembras matan a veces a los cachorros de las manadas vecinas, si tienen oportunidad de hacerlo. Packer me dijo que en ocasiones matan a otras hembras adultas que se adentran temerariamente en su territorio. Los recursos son limitados, las manadas son territoriales y «la vida es dura en estos parajes».
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Los machos se comportan con la misma posesividad. «Las coaliciones de machos son pandillas, y si encuentran a un forastero que intenta propasarse con sus chicas, lo matan.» Los machos también pueden matar a hembras adultas cuando les conviene, como habían demostrado los Asesinos. Se ven muchas marcas de mordeduras en los leones, reflejo de la lucha competitiva por la comida, el territorio, el éxito reproductivo y, en general, la supervivencia. Con suerte, las he­­ridas se curan. Cuando la suerte es esquiva, el per­­dedor muere en la feroz batalla, o se aleja renqueando y perdiendo sangre, quizá para morir lentamente de una infección o de hambre. «Por eso digo que el león es el enemigo número uno de los leones –afirmó Packer–. Y por esa razón viven en grupos.» Mantener el control del territorio es crucial, y los mejores sitios (él los llama «puntos calientes», tales como la confluencia de dos cursos de agua, donde suelen concentrarse las presas) son un incentivo para la cooperación social. «La única manera de monopolizar uno de esos valiosísimos y escasos lugares –prosigue Packer, poniéndose en la piel de un león– es formar con los camaradas del mismo sexo una pandilla que actúe como una unidad.»
Esa idea se ha visto ampliamente confirmada por su investigación, desarrollada con varios colaboradores y estudiantes a lo largo de varios decenios. Según ha observado, no es solo la necesidad de aunar esfuerzos para cazar y defender las piezas cobradas lo que impulsa a las leonas a vivir en manadas, sino también la de proteger a la prole y conservar los mejores territorios. Sus datos revelan que si bien las dimensiones de las manadas varían considerablemente, desde una sola hembra adulta hasta 18, las de tamaño medio son las que tienen más éxito en la protección de las crías y la defensa del territorio. Los grupos más pequeños suelen perder más cachorros. Los períodos de celo de las hembras adultas de un mismo grupo suelen estar sincronizados (sobre todo si un episodio de infanticidio perpetrado por los machos ha acabado con las crías y reini­ciado sus relojes biológicos), por lo que todos los cachorros nacen más o menos al mismo tiempo.
Las manadas más pequeñas de leones suelen perder más cachorros
Esto permite la formación de «guarderías», grupos de cría en los que las hembras cuidan y amamantan no solo a sus cachorros sino también a los ajenos. Estos cuidados maternales cooperativos, eficientes en sí mismos, se ven potenciados por el hecho de que las hembras de una misma manada están emparentadas: son madres e hijas, o tías y sobrinas, y comparten un interés genético en el éxito reproductivo mutuo. Pero a partir de ciertas dimensiones, las manadas no funcionan bien, sobre todo por el exceso de competencia interna. El número óptimo de hembras adultas en una manada de las llanuras parece ser entre dos y seis.
El tamaño de las coaliciones de machos se rige por una lógica similar. Por lo general, las coaliciones las forman machos jóvenes demasiado mayores para permanecer en la manada natal, que se marchan juntos para hacer frente a los desafíos de la vida adulta. A veces una pareja de hermanos se asocia con otros dos hermanos, que pueden ser primos suyos o hermanos de diferente padre, o incluso con individuos solitarios no emparentados, necesitados de camaradas. Si el grupo de machos que recorre la sabana en busca de comida y oportunidades de aparearse es demasiado numeroso, el resultado es el caos. Pero un macho solitario o una coalición demasiado exigua (de dos miembros, por ejemplo) también estará en situación de desventaja.
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Ese era el dilema de C-Boy. Sin más socio que Hildur, un hermoso macho ansioso por aparearse pero poco dispuesto a luchar, C-Boy tenía que enfrentarse a los Asesinos, cada vez más agresivos, prácticamente solo. Ni siquiera su impresionante melena negra sería suficiente para neutralizar una desventaja de uno contra tres. Quizá para entonces ya estaría muerto. Rosengren y yo nos dimos cuenta de que, de ser así, las pequeñas heridas en las caras de los Asesinos podían ser el último rastro que quedara del paso de C-Boy por el mundo.
Aquella noche los asesinos hicieron otra incursión en un territorio nuevo. Habían pasado todo el día descansando en la ribera, dejando que el sol les calentara la cara y secara sus heridas. Unas dos horas después del ocaso empezaron a rugir. Sus voces unidas transmitían algún tipo de mensaje (quizás ¡Allá vamos!») en la dis­tancia. Después, los cuatro se pusieron en marcha, como si se dirigieran a un lugar concreto. A Rosengren y a mí nos avisó por walkie-talkie Nichols, quien se había quedado vigilándolos. Rápidamente nos montamos en el Land Rover de Rosengren y nos adentramos en la oscuridad, iniciando así lo que recuerdo como «la noche de la larga persecución».
Cuando alcanzamos a Nichols, dejamos nuestro vehículo y pasamos al suyo, para seguir observando a los leones. Éramos cinco personas. Reba Peck, la mujer de Nichols, iba al volante, condu­ciendo con cuidado y con las luces de cruce. Era una noche sin luna. Nichols disponía de gafas de visión nocturna y cámara de infrarrojos. Su ayudante y operador de vídeo, Nathan Williamson, estaba listo para captar sonidos o encender en cualquier momento los focos infrarrojos. Avanzábamos despacio tras la estela de los leones, pero ellos no parecían preocupados por nuestra presencia. Tenían otras cosas en qué pensar.
Los seguimos por una vieja senda de búfalos y después a través de un denso bosquecillo de acacias. Reba tuvo que conducir con mano firme alrededor de los hoyos de los cerdos hormigueros, por encima de ramas espinosas y a través de un cauce fangoso, donde cruzamos los dedos para no quedar atascados. Pero pasamos sin problemas. Los leones caminaban en fila india, con paso seguro y sin prisa, sin esperarnos pero sin tratar de dejarnos atrás. Nosotros los vigilábamos con las luces de cruce y, cuando estas no alcanzaban, con un visor térmico monocular. A través del visor, desde el techo del Land Rover, podía ver a los cuatro leones, cuyos cuerpos resplandecían como cirios en una cueva.
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De pronto otra figura de grandes dimensiones pasó a nuestro lado. Sus ojos desprendieron un fulgor naranja cuando la apunté con mi linterna frontal. Era una leona, que se había acercado a los Asesinos. Su paso fue tan fugaz que Rosengren no pudo reconocerla, pero presumiblemente estaba en celo. Así pues, el impulso sexual la llevaba a correr riesgos considerables, teniendo en cuenta los antecedentes de este grupo de machos. Cuando la vieron y se dirigieron hacia ella, la leona echó a correr tímidamente, perseguida por los cuatro, y por un momento los perdimos de vista. Sin embargo, solo un macho se quedó con ella, y no volvimos a verlo en toda la noche. Los otros tres se reagruparon, tras la erótica distracción, y prosiguieron su marcha.
Cruzaron una pista de tierra de dos carriles (la principal «carretera» este-oeste, que usábamos para acceder al campamento) y se desviaron hacia el sur, adentrándose abiertamente en el territorio de la manada Vumbi y de sus defensores residentes: C-Boy y Hildur. Se detuvieron unas cuantas veces para marcar el terreno, frotándose la frente contra los arbustos, arañando el suelo y orinando en él. No era un ataque por sorpresa. Se estaban anunciando, haciendo una declaración de intenciones. Para entonces habían dado la vuelta y se dirigían hacia el campamento de Nichols, por lo que Williamson avisó por radio para que el personal de cocina permaneciese dentro de las tiendas. Pero a los tres leones no les importaban lo más mínimo nuestras pe­­queñas tiendas de lona, con su olor a palomitas de maíz, pollo y café, y tampoco les interesábamos nosotros. A unos 400 metros de distancia, se tumbaron a descansar. Durante ese paréntesis, poco antes de la medianoche, Nichols y su equipo volvieron al campamento. Rosengren y yo, por nuestra parte, recuperamos el otro vehículo y nos quedamos cerca de los Asesinos. Nos turnamos para dormir y Rosengren fue el primero en acomodarse en el asiento trasero del Land Rover, donde empezó a roncar suavemente mientras yo vigilaba. Al cabo de media hora los leones se incorporaron y se pusieron en marcha otra vez. Desperté a Rosengren y fuimos tras ellos.
"Tengo que con­fesar que el rugido de tres leones oído a escasa distancia es un sonido impresionante"
Y así seguimos toda la noche: un rato andando y un rato durmiendo, y nosotros turnándonos para vigilar. De vez en cuando unían sus voces en un coro de rugidos. Tengo que con­fesar que el rugido de tres leones oído a escasa distancia es un sonido impresionante: alto en decibelios pero áspero y ronco, lleno de fuerza primigenia y potencia amenazadora. Nadie respondía a sus llamadas. Cuando amaneció, volvieron al camino después de haber hecho su largo rodeo por el territorio de la manada Vumbi, y se encaminaron con paso despreocupado hacia el oeste, en dirección a un kopje que solían frecuentar y donde encontrarían sombra para descansar durante el día. Era sábado por la mañana. Rosengren y yo los dejamos ahí.
Las heridas en la cara de los leones y la ausencia de C-Boy seguían sin tener una explicación. El equilibrio de poderes de las manadas y las coaliciones a lo largo del río Ngare Nanyuki parecía estar en constante transformación.
A última hora de la tarde del sábado, dimos con la manada Vumbi en los kopjes Zebra, un par de kilómetros al sur del lugar donde los Asesinos habían hecho su incursión nocturna. Quizá la manada había huido de los rugidos amenazadores o tal vez simplemente se había desplazado. Contamos tres hembras, tumbadas tranquilamente entre las sombreadas peñas de granito, y vimos que los ocho cachorros estaban con ellas. Sabíamos que otra de las hembras se había ido de excursión con el enamoradizo Hildur, para aparearse. Ni rastro de C-Boy. Su ausencia nos pareció una mala señal.
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El domingo por la tarde volvimos a los kopjes Zebra. Hildur y su hembra se habían reincorporado al grupo, pero C-Boy seguía sin aparecer. «Probemos en los kopjes Gol –sugirió Rosengren–. Si tenemos suerte, veremos la manada Simba Este, y puede ser que esté con ella.» Yo dije que sí. Mi prioridad era encontrarlo, vivo o muerto. Así pues, salimos en dirección sudoeste, subiendo y bajando con el vehículo por una llanura herbácea levemente ondulada, mientras Rosengren intentaba escuchar con los auriculares las señales de radio de Simba Este. En un pequeño kopje cercano al grupo principal de los Gol, localizamos a la manada: tres hembras y tres crías ya mayores, tomando el sol entre las rocas. Pero tampoco allí había señal deC-Boy.
Llegados a ese punto, Rosengren reconoció que empezaba a estar preocupado. Su trabajo no consistía en ocuparse de sus animales favoritos, evidentemente, pero no podía evitar tener sus simpatías. «Empiezo a creer que C-Boy puede haber caído víctima de los Asesinos», dijo con tristeza.
Los rugidos de los leones pueden transmitir diferentes mensajes, y el coro de esa manada tenía un tono misterioso y solitario
Mientras el crepúsculo pintaba de lavanda el horizonte del Serengeti a nuestras espaldas, pusimos rumbo una vez más a los kopjes Zebra. Nichols y Peck seguían allí, con la manada Vumbi, que había pasado el día descansando en la hierba y empezaba a rugir: primero una voz, después otra y al final tres juntas, que resonaban a través de la llanura bajo un cielo cada vez más oscuro y con una delgada luna creciente. Los rugidos de los leones pueden transmitir diferentes mensajes, y el coro de esa manada tenía un tono misterioso y solitario. Cuando guardaron silencio, nosotros también esperamos una respuesta. Pero no la hubo.
Nichols y Peck partieron hacia el campamento. Rosengren hizo un rodeo con el vehículo para situarlo justo detrás de la manada. Quería que yo experimentase la temible sensación de recibir directamente en la cara los rugidos de los leones. Esta vez Hildur se unió al coro, y su voz ronca y profunda de bajo casi hizo temblar el Land Rover. Cuando terminaron, volvimos a escuchar con atención. Tampoco hubo respuesta. Entonces me dispuse a marcharme. A efectos periodísticos, estaba dispuesto a dar a C-Boy por «desaparecido y probablemente muerto».
«¡Espera!», dijo Rosengren. Los arbustos se agitaron en la oscuridad. «Préstame tu linterna frontal», añadió. Moviendo el haz de luz a través del grupo que formaban Hildur y los otros, iluminó finalmente una nueva figura, un animal corpulento con la melena muy oscura: C-Boy. Había vuelto. Había llegado corriendo, atraído por los rugidos.
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Tenía la cara intacta, lo mismo que los flancos y la grupa. Fuera quien fuese el rival con el que se habían enfrentado los Asesinos dos noches antes, no era él. C-Boy se acomodó al lado de la hembra con el collar de radio. Pronto volvería a aparearse. Era un león de ocho años, sano y formidable, que imponía respeto a la manada.
Todo es fugaz. La vida de C-Boy puede durar unos pocos años más antes de que la enfermedad, las heridas, los ataques rivales, el ostracismo al que lo condenen los suyos, el hambre y la muerte lo dobleguen. El Serengeti es despiadado con los viejos, los enfermos y los desafortunados. La felicidad de C-Boy no puede durar para siempre, pero en ese momento era muy feliz.
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National Geographic

LAS PRESAS 

Zebras (Equus quagga bohemi?), Serengeti savana plains, Tanzania Place: NgoroNgoro Crater, Tanzania, Africa

Parque nacional Serengueti

wikipedia.

Impala en el Parque nacional del Serengueti.
WIKIPEDIA.

Manada de Búfalos se detienen al vernos en el Serengueti. Tanzania.

Panoramio Google Maps.

Un típico Ñu.

6.000 ñus mueren cada año en la mayor migración terrestre del mundo

Cada año el ahogamiento de miles de ñus al cruzar el río Mara durante su migración, sirve de sustento para el resto de especies que habitan en la cuenca del río

Cada año el ahogamiento de miles de ñus al cruzar el río Mara durante su migración, sirve de sustento para el resto de especies que habitan en la cuenca del río

Cada año, en el Parque Nacional del Serengeti en Tanzania y la Reserva Masai Mara en Kenia, entre los meses de julio y septiembre ocurre la mayor migración de animales terrestres que tiene lugar en el mundo. Con la llegada de la estación seca se produce la que es conocida con nombre propio como La Gran Migración, en la que más de un millón de ñus, miles de cebrasgacelas y otras especies que suman más de dos millones de herbívoros, comienzan su particular periplo por la supervivencia.
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En el transcurso de este viaje miles de animales se enfrentan, llegado el momento, a las aguas del río Mara, que transcurre por ambos países, y llegado el momento, miles de ellos perecen ahogados en sus aguas.


Del millón de ñus que intenta cruzar cada año el río Mara que transcurre por KeniaTanzania, más de 6.000 mueren antes de alcanzar la otra orilla, el equivalente a 1.100 toneladas de biomasa. Según un nuevo estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, los cadáveres de estos animales ahogados constituyen la principal fuente de alimento para el resto de especies que habitan la cuenca del río, sobre todo para los peces, los principales beneficiarios.
La cifra de animales ahogados anualmente en el río Mara asciende a 6.200 ejemplares de media
Este nuevo estudio titulado: "Annual mass drownings of the Serengeti wildebeest migration influence nutrient cycling and storage in the Mara River" ha cuantificado por primera vez el impacto de estos desplazamientos, en el que la cifra de animales ahogados anualmente asciende a 6.200 ejemplares de media.


“Este es el equivalente a la biomasa de 10 ballenas azules arrojadas al río”, asegura David Post, coautor del trabajo y profesor de Ecología y Biología Evolutiva en la Universidad de Yale -EE. UU.- quien ha recopilado estos datos durante cinco años.

El menú de cocodrilos, peces, carroñeros y algas

Más allá de las imágenes de los documentales, la muerte de los ñus no solo constituye un gran festín para cocodrilosy buitres. “Esta dramática situación proporciona nitrógeno terrestre, fósforo y carbón a la cadena alimenticia del río, constituyendo parte fundamental de los nutrientes de peces y otros pequeños animales de la región”, afirma la ecologista Emma Rosi, coautora del trabajo y científica en el Cary Institute of Ecosystem Studies (EE. UU).


Los peces y los carroñeros son los principales beneficiarios, al alimentarse de los tejidos blandos que se descomponen en varias semanas. En el caso de los peces, este alimento constituye entre el 34 y 50% de su dieta, mientras que para los carroñeros se reduce a entre un 6 y 9%. También, y debido a las bajas tasas metabólicas de los cocodrilos del Nilo, se estimó que estos consumían solo el 2% de los restos totales del antílope africano. Meses después de la muerte de los ñus por ahogamiento, los microorganismos que se desprenden en este proceso constituyen entre el 7 y 24% de la dieta de tres especies de peces comunes.
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Incluso cuando los huesos comienzan a descomponerse nutren a las algas e influyen en la cadena alimenticia en un proceso que perdura hasta siete años. Según el análisis de los científicos, los huesos actúan como una fuente de fósforo a largo plazo ya que “constituye casi la mitad de la biomasa”, explica Rosi.

Fuente de vida del ecosistema

Las aguas del río Mara desembocan en el gran Lago Victoria, fuente clave de nutrientes para la vida salvaje en el ecosistema Mara-Serengeti. De este modo, los aportes alimenticios que se desprenden de la carne y de los huesos se distribuyen por la corriente del río e incluso son transportados al interior de la tierra por los carroñeros, fomentando la vida en toda la cuenca del río africano.
"Este es uno de los últimos lugares en el planeta donde se puede estudiar la influencia en el ecosistema acuático del ahogamiento de grandes grupos de animales migratorios”
El estudio forma parte de un programa de investigación mayor sobre los efectos de la carga de nutrientes procedente de los ñus y de los hipopótamos en el ecosistema del río Mara. “Este es uno de los últimos lugares en el planeta donde se puede estudiar la influencia en el ecosistema acuático del ahogamiento de grandes grupos de animales migratorios”, comenta David Post.


"La migración de ñus es una ventana hacia el pasado donde los ahogamientos probablemente desempeñaron un papel importante en los ríos de todo el mundo”, asegura Amanda Subalusky, principal autora del trabajo e investigadora en ambos centros de investigación. La pérdida de estas migraciones y de los ahogamientos masivos podrían alterar los ecosistemas fluviales de una manera hasta ahora desconocida.
National Geographic
Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui
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3 comentarios:

Guillermo Gonzalo Sánchez Achutegui dijo...

Lamentable el León o mas conocido como : Rey de la Selva, está en vías de extinción---

Dolly Alvarez Rivera dijo...

Es preocupante.!!!!

Marta Ruiz dijo...

Verdad, pero tratemos de defenderlo. Su extinción física afecta que perdamos mucho más